Con permiso del autor ( os recomendamos su blog ), y a propósito de una conversacion mantenida ayer con una funcionaria en un Juzgado de San Fernando, sobre la huelga y los piquetes... ( una agradable conversacion, aunque manteniendo posiciones "opuestas"), reproducimos este cuento, integramente, pues sois minoria los que podéis acceder a internet desde vuestro puesto de trabajo, los únicos que, por tanto, tambien podeis acceder a este blog, que sigue censurado en el portal Adriano.
------------------El cuento del tendero
Érase una vez un
tendero que vivía en un pueblo, que ganaba su dinerito de lo que vendía
entre sus paisanos: garbanzos, chacinas, el pan, la leche, los
huevos,... El dinero lo tenía ahorrado debajo del colchón de su casa y
de vez en cuando, cuando podía, se dedicaba a ir a pescar al río, era
¡un hombre feliz! Un día pescando, se encontró con un listillo que había
venido de Madrid y le habló de meter el dinero en su banco, que allí él
iba a hacerlo crecer y crecer, lo iba a hac)r generar muuuucho dinero,
jugando a la bolsa (él no entendía mucho del tema pero el madrileño
parecía un "tio espabilao"). Y así lo hizo, al principio la cosa iba
bien, pero luego empezaron a haber problemas, y los beneficios, que no
llegaban, se convirtieron en pérdidas. Ya ni si quiera podía cerrar los
domingos el almacén, y su afición de pescar la tuvo que dejar. El
tendero en los últimos años estaba muy furioso, pero muy muy cabreado,
porque escuchaba en la radio lo que decían del gobierno, de lo torpe y
corruptos que eran, de lo mal que administraban las cuentas, y su
crispación le llevó a hacerse más y más gruñón (vamos, ¡más facha que
don Pelayo!). Los socialistas no hacían más que subirles los impuestos y
veía más y más tertulias de esas de la tele del torito. Ya no quería
hablar con la gente del pueblo, menos de política, todos estaban
equivocados menos él. Pronto llegaron las elecciones tan esperadas y el
tendero volvió a estar contento, habían ganado los de Rajoy, los que
desde hacía unos años él consideraba como "los suyos". Aplaudía todo lo
que hacían, era la herencia de los "sociatas", que lo habían dejado todo
enmerdado. Aplaudía que ya estaba bien de tanto gasto público y que
había que hacer trabajar a los funcionarios, ¡qué se habían creído los
del manguito con tanto cafelito!... Aplaudía que ya estaba bien de pagar
con sus impuestos tanto gasto de sanidad y tanta medicina a los viejos.
Aplaudía la reforma laboral y se negó a cerrar el día de la Huelga
General con el enfado de muchos de los del pueblo, incluído su hermano
que había sido despedido como empleado de la biblioteca municipal. Pero
así con la reforma, a él no le costaría nada poder despedir al mozo que
tenía, que ya estaba harto de él y de sus manías, y podría contratar a
una chavala de mejor ver, como así hizo cuanto antes. Todo eran
aplausos, hasta que pronto empezó a darse cuenta que "los suyos"
despedían al novio de su hija del colegio del pueblo porque para el
curso que venía, no hacían falta dos líneas y los interinos se iban a la
calle, que "los suyos" le iban hacer pagar las medicinas a su anciana
madre con enfermedad crónica, que "los suyos" iban a doblar la matrícula
del niño pequeño que ese año iba a la Universidad y que además al otro
mediano que se encontraba en la capital con un trabajo "fijo" lo ponían
de patitas en la calle con una miseria de indemnización. Pero lo que más
hizo mella en el tendero no fueron sus repercusiones personales sino
las de su pueblo, pronto el tendero vio que cada día entraba menos gente
en su almacén, cada día había más gente pasándolo mal y que si tenía
que hacer una compra grande esperaba a ir a las grandes superficies
donde habían contratado con sueldo basura, por ejemplo, al maestro novio
de su hija y a su hermano el bibliotecario. El tendero pronto comprobó
que todo aquello del liberalismo era bueno para las empresas grandes
pero no para la suya que vivía del bienestar de las gentes de su pueblo.
El tendero, pasado el año, tuvo que cerrar el negocio, se podía
fácilmente autodespedir, la reforma laboral no le pondría pegas.
Moraleja, los pequeños y medianos empresarios se equivocan con las políticas desatadamente liberales de los gobiernos europeos, porque son ellos los que crean la mayor parte del empleo y los que tienen sus negocios directamente relacionados con el lugar donde viven. Cuando a la población le va mal como ahora, la población frenará el consumo y ellos pagarán su apoyo a estas políticas.
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